En solo diez años, Jobbik —que significa Movimiento para una Hungría mejor— se ha convertido en uno de los partidos de ultraderecha más exitosos de Europa, junto con Aurora Dorada en Grecia: es la tercera fuerza política en Hungría, tiene 43 diputados en una Cámara de 386 y tres de sus miembros se sientan en el Parlamento Europeo, y eso que son eurófobos. Uno de sus referentes internacionales es Irán. La retórica antisemita que manejan no es, sin embargo, la que más beneficios les reporta. La gran obsesión de Jobbik son los gitanos —que representan un 10% de los diez millones de húngaros—, igual que los inmigrantes lo son para los neonazis griegos y el resto de la ultraderecha europea.

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El rechazo a los gitanos conecta mejor con los estereotipos que circulan en la sociedad húngara, “mucho menos antisemita que contraria a los gitanos”, explica Péter Krekó, experto en la extrema derecha del think tank Political Capital de Budapest. Tampoco escatiman en afilar su discurso antisistema, separándose del resto de los políticos proclamándose “los únicos que dicen la verdad, rompen tabúes y abordan directamente la cuestión gitana”.

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